miércoles, 14 de octubre de 2009

Blog historias de la Ciencia: ANATOMÍA DEL FRAUDE CIENTÍFICO

Enlace original: http://www.historiasdelaciencia.com/?p=294

El 22 de marzo, en el New York Times se podía leer un artículo titulado: “Bióloga paga caro haber cuestionado un estudio”. Dicho artículo hacía referencia a una becaria de biología llamada Margot O’Toole que había puesto en duda un trabajo salido del MIT y publicado en la revista Cell. Uno de los principales autores del artículo era un tal David Baltimore, rector de la Universidad Rockefeller, en Nueva York. Con él firmaba Thereza Imanishi-Kari, directora del pequeño laboratorio del MIT donde Margot O’Toole trabajaba merced a una beca anual.

Todo esto quedaría en una acusación tipo pataleta o cada uno decidiría según el prejuicio que más tenga arraigado, pero la cosa cambiará totalmente de contexto cuando os comente el detalle siguiente: David Baltimore es Premio Nobel de Medicina de 1975.

Baltimore describió a Margot O’Toole como una mera “becaria posdoctoral contrariada”. La denunciante se vio desterrada del mundo científico y obligada a vender la casa junto a su marido. Acabó trabajando de telefonista en una compañía de mudanzas propiedad de su hermano.

No obstante, la Oficina de Integridad Científica filtró el borrador de un informe que daba la razón a esta mujer calificándola de heroína por haber hecho valer “su compromiso para con la integridad científica”. Por suerte, Mark Ptashne, un biólogo molecular de Harvard, la reincorporó a los círculos científicos dándole un empleo en el Genetics Institute.

Este suceso dio la idea al autor a escribir este libro que da un repaso por diferentes fraudes que se han hecho en la ciencia moderna muy centrados en los campos biológicos. Se basa en que tal y como el fraude existe en la sociedad (tiene 5 o 6 páginas citando altos directivos de gigantescas y famosas empresas que han acabado acusados de todo tipo de delitos), también existe en los círculos científicos. Durante su lectura, el autor diferencia tipos de fraude para intentar sacar un patrón de los mismos y poder así detectarlos a tiempo, antes de llegar a su publicación.

No es fácil demostrar que un científico ha cometido fraude. En física o química quizás sí lo es, pues a la que alguien anuncia un descubrimiento, otros laboratorios del mundo lo repetirán para corroborarlo. Sin embargo, eso no sucede en ciencias biológicas donde gran parte de los estudios tienen mucho que ver con las estadísticas y las repeticiones de los experimentos en entornos muy controlados tienen bajos presupuestos, poco tiempo, etc. Al final, en muchos casos, los datos acaban por ser inventados. Existen muchas becas para realizar nuevos experimentos, pero ninguna para repetirlos; así que se ha de confiar en la integridad personal del científico.

También es difícil separar el concepto de fraude científico del de negligencia. Puede que el científico se haya equivocado o puede que, de forma inconsciente, considere erróneos aquellos resultados que no van con su teoría y los desprecie. Tendríamos así un resultado sesgado. Pero la variedad es grande. Hay quien se inventa un dato y hay quien se los inventa todos.

Dice algunas cosas graciosas, como que los peces gordos del mundo científico proclaman con cierta regularidad que el fraude es algo casi inexistente en su disciplina. Incluso Roald Hoffman, Premio Nobel de Química en 1981, en la reunión anual de la Sociedad Química estadounidense afirmó que a su entender el fraude científico “no es un verdadero problema”; pero el autor lo pone en duda.

Habla también del dinero que se da para la investigación y se descubren gastos destinados al mantenimiento de un yate, flores para celebraciones en casa del rector y sábanas para sus camas. El hombre al que descubrieron en este asunto era Donald Kennedy. Cuando lo denunciaron no dudó en devolver buena parte del dinero recibido y 6 meses después tuvo que dimitir. Pero ya se sabe que los peces gordos jamás abandonan a sus congéneres y conservó su puesto docente. En junio de 2000 se hizo con la dirección de Science.

Sin llegar al fraude, pero sí a la incongruencia también habla de un científico que descubrió cierto fenómeno biológico y elaboró un artículo. Cuando quiso publicarlo, el director de la revista se lo rechazó. Entre tanto, otro científico hizo el mismo descubrimiento innovador y escribió un trabajo en el que reconocía la ayuda técnica del primero. Cuando salió el artículo de este segundo, recibió el premio Nobel. El hombre al que denegaron la publicación no quiere que se sepa su nombre ni hallazgo para no ser reconocido, así que el autor del libro no da más detalles del asunto.

También habla del problema en que demasiados autores firman un artículo, cuando algunos de ellos no han tenido que ver nada en su elaboración. Si los beneficios favorecen a todos y cada uno de los autores, ¿no es razonable que todos y cada uno acepten también las responsabilidades?

Otro fraude, quizás el más destructivo de todos, es el plagio. Puede finalizar con carreras de ilusionados investigadores.

En 1988 Carolyn Phinney era una investigadora que completaba una beca posdoctoral en Michigan que estaba haciendo un estudio sobre si la sabiduría aumenta con la edad. Aunque el tema es vago, parecía ir por buen camino. Perlmutter, en calidad de investigadora principal, le dijo que era ella quien debía entregar la petición para su publicación. Y lo hizo, solo que no citó a Phinney. Se entabló un pleito y la Universidad tuvo que pagar 1,67 millones de dólares más intereses a Phinney. Aun habiendo ganado el caso declaró que, después de todo, había perdido diez años de su trabajo y su carrera profesional había finalizado. Hoy día es una enérgica activista contra el fraude y en favor de la protección de los denunciantes.

Aunque el caso de Phinney acabó en favor de la víctima, no sucedió lo mismo con Heidi Weissman, una científica en el campo de la medicina nuclear. Su jefe de departamento, Leonard Freeman, trató de hacer pasar por suyo un trabajo de esta mujer. Weissman lo denunció y ganó el caso en una corte federal, pero la expulsaron de su trabajo. Mientras ella tuvo que pagarse el caso, el centro médico defendió y pagó el caso a su jefe. Y por si fuera poco, le ascendieron.

Pero el caso estrella es, sin duda, el que citaba al principio: David Baltimore, un Premio Nobel implicado en un fraude científico. Hubo ríos de tinta sobre ello, publicaciones amenazadoras e insultantes en revistas científicas de unos a otros y cosas que se escapan de lo que es ciencia para ser vanidad. Por suerte, hay quien tiene claro el concepto de ciencia. Howard Temin, que compartió el Premio Nobel con él dijo:

David actuó mal por lo siguiente: cuando alguien, sea quien fuere, pone en tela de juicio un experimento, uno tiene la responsabilidad de comprobarlo, y es norma inamovible de la ciencia que cuando uno publica cualquier cosa debe responder por ello. Uno de los aspectos más sólidos de la ciencia estadounidense, en comparación con la rusa, la alemana y la japonesa, es que aun el profesor de más nombradía tiene que atender a los reparos que pueda poner a su obra el más humilde de los técnicos de laboratorio o los estudiantes universitarios, y considerar sus críticas. Este es uno de los rasgos más fundamentales de la ciencia estadounidense.

Dice que Edelman (presumiblemente Gerald Edelman, Premio Nobel de Medicina en 1972, aunque sólo especifica el apellido) tampoco podía ver mucho a Baltimore, y dijo al autor del libro:

Deje resumirle lo que pienso: David Baltimore no es un científico. Punto. Y él mismo, con sus actos, está dejando claro que no lo es. Un científico repite un experimento cuando alguien lo pone en duda. Punto: no hay más que decir. (…) Y el dogma de nuestra religión es ese: si eres experimentador, repite el experimento, y si no puedes, pide a un ayudante o a un amigo que lo haga (…)

Un detalle que me llamó la atención es que el autor nos dice que desconfiemos cuando haya muchas publicaciones, todas perfectas, geniales e innovadoras hechas por una misma persona. Cuando no hay tiempo material para hacer experimentos o comprobaciones la cosa huele a chamusquina. Además, no todos los experimentos salen a la primera y se necesitan también experimentos para comprobar teorías erróneas.

Como opinión personal del libro, creo que debería ser un poco más descriptivo y no tan filosófico. A veces da demasiadas vueltas a una misma idea y se me hizo por momentos algo pesado. Tiene unas 450 páginas y puede leerlo cualquiera, pues no hacen falta conocimientos previos, aunque sólo lo recomendaría para quienes conozcan la investigación biológica y estén interesados en conocer detalles sobre el fraude científico.

Portada del libro

Título: Anatomía del fraude científico
Autor: Horace Freeland Judson

Más opiniones de este libro:
http://www.elcultural.es/HTML/20060511/LETRAS/LETRAS17211.asp
http://libros.libertaddigital.com/articulo.php/1276231710
http://weblogs.madrimasd.org/universo/archive/2006/09/03/39546.aspx

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